Cómo empezar una carta donde lo primero que tengo para contarte son malas noticias; lo mejor es hacerlo sin rodeos, de manera directa y al punto. He muerto, así como lo lees, tu prometida ha muerto. En efecto en alta mar en esas vacaciones que me recomendaste.
Esa mujer que te esperaba todos los días con la comida caliente, aquella que se levantaba un poco más temprano que tú para tener el desayuno listo y caliente. La misma que perdió esos kilitos de más, aquellos que cogías para reírte y decirle “gordita”, la misma que se cortó el pelo como tu actriz favorita, ella, que siempre tuvo una respuesta noble y agradable, para cada momento en el que estabas exasperado por cualquier cosa que hubiese pasado en el trabajo, esa mujer… murió.
Lo sé, a mí también me generó un dolor horrible en el pecho, seguido de transpiración, angustia, algo de temblor, unas lágrimas amargas y al final resignación.
¿Cómo sucedió?, fue algo tan traumático de vivir, como de ver, al menos esos dijeron algunos de los testigos del evento. Estaba en la piscina del crucero, esa lata de sardinas para viejos, como lo llamaste tú, disfrutaba de un coctel con múltiples colores, cuando de repente sucedió.
No, no me resbalé en la piscina, tampoco me golpeé la cabeza, no llegaron unos piratas y me dispararon, ni tampoco me envenené con el buffet del restaurante de la piscina. Pero no por eso dejó de ser extremadamente traumático.
Estaba rodeada de los hombres más hermosos que haya visto en mi vida y mira que estuve contigo por un año, un hombre de un porte espectacular: 1.89 metros de altura, nadador de siempre, con una espalda que envidiaría cualquier entrenador, ojos verdes, una cara varonil, con un exquisito gusto para vestir y las abdominales de Brad Pitt en Troya, ya sé que odiaste la película, por lo que mejor te digo que con los mismos abdominales; pero en el Club de la Pelea. Si alguien me hubiera dicho que iba a ver hombres que te hicieran parecer a Frodo, me habría reído y le habría invitado un café, porque siempre es maravilloso que alguien te saque una sonrisa. Me miraban las piernas aún sin broncear, en mi defensa apenas llevábamos dos días de travesía y el sol aún no había podido tocar mi piel. Pero a diferencia tuya, ellos no las miraban con pesar o lástima, creo que fue lo que me dijiste entre risas la última vez que me viste las piernas, ellos me miraban con deseo, lo sé porque me invitaron a ese coctel de colores que te mencioné en el párrafo anterior.
Estaba socializando con estos apuestos hombres cuando de repente sonó mi teléfono, todo gracias al costoso wifi que había conseguido para poder estar en contacto contigo. Te imaginarás la alegría que me dio ver que el mensaje contenía tu nombre, lo primero que pensé fue: seguro que me está extrañando, lo segundo, a lo mejor me espera en la siguiente parada del crucero, era tanta la emoción que una parte de mí alcanzó a sentir una punzada de remordimiento y culpa, por haber aceptado el trago de los apuestos hombres que esperaban ansiosos a que leyera el mensaje para poder continuar hablando conmigo.
Desbloqueé mi celular y en el momento en que mis ojos vieron el mensaje, tuve un infarto fulminante, no le dio tiempo a nadie de reaccionar, en una milésima de segundo había muerto y conmigo, el seguro del carro, el cual te deben estar remolcando mientras lees esta carta, el mismo carro que denuncié como robado. El apartamento que embargué y ese maravilloso puesto, el cual estoy segura que olvidaste que se lucraba en gran parte por las ganancias que le brinda mi empresa a tu ex compañía, digo ex compañía, no porque la empresa vaya a quebrar ni mucho menos, sino porque en unos minutos entrará por esa puerta, si no es que ya se encuentra en tu pasillo el señor González con tu carta de despido, seguramente está esperando que leas este mensaje que te ha llegado en una botella.
Se acabaron las noches en el club, no habrá más visitas a los restaurantes de mis amigos, lo sé, son tantas las cosas que murieron conmigo en ese infarto, los polvos de un minuto con la luz apagada, las cobijas encima, en posición misionero, comiendo felices por siempre.
Te estarás preguntando por los regalos de nuestra boda, esos que no querías desempacar, ni siquiera después de que nos casáramos. Por esos no te preocupes, todos fueron enviados a un mejor lugar, al mismo lugar donde me encuentro yo, no es el cielo por si te lo estás preguntando.
Seguro que esa "yo" fue a parar al infierno, probablemente al séptimo círculo de Dante, sí al de la violencia, para ser más específicos la violencia contra el prójimo. Cuando hablo del prójimo me refiero a mí, pues aun no entiendo cómo pude ser tan violenta conmigo mientras estuve contigo.
Me imagino que debes estar realmente confundido, más porque justo hace un día te avisaron que había muerto en un accidente en alta mar y ahora recibes esta carta.
Verás, la "yo" que murió en altamar fue esa patética, lamentable, rastrera y pendeja versión que tú hiciste de mí. Miento, que yo hice de mí, la que te envía esta carta desde el mismo crucero al que te rehusaste venir conmigo y nuestros amigos, y que solicitó a varios amigos que te avisaran que había muerto, es la señora Miller. ¿Que quién carajos es Miller?, bueno, resulta que dentro de los hombres apuestos de la piscina, había doctor que celebraba con sus amigos, fue el quien pagó por mis cocteles, quien limpió mis lágrimas y quien me enseñó que hay relaciones sexuales de más de un minuto, fue una noche de continuos descubrimientos: ¿sabías que hay una pose que se llama el pulpo?, pero tú mejor no la hagas, que luego te lastimas la espalda y de qué vas a vivir, te recomiendo la prostitución masculina; dicen que renta a montones.
Me parecía desconsiderado de mi parte no hacerte partícipe de mi reencarnación en una mejor vida, así como lo oyes, tuve que reencarnar para encontrar mi alma gemela, esa que está en este momento a mi lado en el pasillo viendo como lees esta carta, por favor no levantes la mirada, ya casi termino.
Quiero, antes de despedirme para siempre, agradecer me enviaras esa imagen tuya con tu secretaria, quien por cierto no es una secretaria; es una trabajadora sexual contratada, ¿por quién?, eso ya no importa, pero sí fue mi padre, a retorcido no le gana nadie, pero eso ya lo sabías.
No te deseo lo mejor, si a caso lo justo, porque más no podrías valorarlo, lo sé por experiencia, por cierto, no puedo alargarme más porque han llamado a los guardias de seguridad y yo estoy afuera con mi esposo de 1.94, ojos azules como el mar donde murió esa mujer de un infarto al corazón, o como escriben los poetas: de un corazón roto, esperando que saques tu ejercitado trasero del hermoso escritorio LUIS XV palo de rosa embutido, caoba rubia, amaranto, para poder transportarlo al consultorio de mi marido.
No quiero continuar esta carta sin explicar el porqué de la botella, al verte con esa dama de compañía, me di cuenta que acababa de perder a un ser querido en un naufragio, yo, la mujer ingenua que te amó, esperando que llegaras a ser el hombre que yo quería y necesitaba, sí ya sé, una empresa abocada al fracaso y el naufragio, bueno, el que fue nuestra relación, por eso decidí enviarte un mensaje dentro de una botella, para luego arrojarlo al mar y esperar que te llegara. Luego de haberlo hecho, digo; de haber escrito la carta y de haber comprado la botella, Michael, mi marido me dijo que en vez de tirarlo al mar debería enviarlos con las fotos de mi velatorio y nuestro matrimonio.
Sé que estarás pensando que no me duró mucho el luto, pero verás, es que no había mucho que llorar y sí mucho que celebrar, si hubieras leído bien el brochure que te dejé días antes del viaje en la mesita de noche, habrías entendido que Mario nos invitó a un crucero de solos y solas, donde la ropa era opcional y que estaba aprovechando tu sugerencia de vacaciones para cambiar de aires.
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Nickinaihaus
Nickole Naihans L
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Gracias por leerme!!
No me esperaba ese final.