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Pánico Libertador

Actualizado: 21 nov 2020


Veo todo borroso, trato de respirar pero por alguna razón mis pulmones se niegan a responder. Estaba tranquila caminando por la carretera que lleva al pueblo, para comprar algunas especies con las que preparar el almuerzo, pensando en el futuro con el que sueña mi señora, uno donde podremos disfrutar del trabajo de la tierra, en donde los hombres y mujeres de mi color podremos ser libres, así como me ha dejado ser mi señora, quien me dio trabajo por un poco de dinero, no es mucho, pero es algo. Un futuro donde podré tener una casa y compartir con mi familia, cuando de repente comencé a escuchar unos ruidos que salían de los pastos vecinos. Pensé que eran causados por los pocos animales que los españoles aun no les habían robado a los amigos de mi señora, pero al acercarme a confirmar, me encontré con unos hombres flacos, cansados, algunos parecen desnudos, otros tienen sus pocas ropas llenas de lodo, no sé si son las almas de los hombres de Rebelión de los Comuneros(1). No puedo respirar, se ven delgados, no tienen cara de ser del ejército realista, están muy sucios para ser esos pretenciosos españoles. Parecen sombras, almas sin tierra, los veo acercarse a mí y me agarra el pánico. Vienen a vengar al señor José Antonio Galán(2). Me empiezo a marear, suelto el canasto y siento que el suelo comienza a temblar bajo mis pies. Un alma me agarra de los brazos, me dice algo, pero no le entiendo.

- ¿Señorita está usted bien?- No puedo contestarle, no puedo controlar mi cuerpo que ha empezado a temblar.

- Tranquila, tranquila…por favor respire con calma. -Me dice el hombre alto, lo sé porque no alcanzo a verle la cabeza y mi madre siempre dijo que yo había sacado la altura de mi padre, un hombre de color tan alto como las palmeras. Por eso en la cocina soy yo la que escoge los frascos de la parte de arriba de la alacena.

- Me parece que está teniendo un ataque de pánico. -Oigo que dice alguien detrás mío, al lado, un hombre desnudo, tiene sangre en los brazos mezclada con barro.

- Por favor… señorita… míreme a los ojos, trate de enfocar su atención en mí. -Trato de mirar la cara del hombre, aunque me cuesta un trabajo infinito enfocar la mirada, veo sus manos en mis brazos, las tiene laceradas, con heridas de pólvora, seguro que ha muerto en un enfrentamiento, ¡Santo bendito! son las almas de aquellos pobres héroes que luchan por nosotros contra los realistas.

- Permítame le ayudo a sentar. -Me dice gentilmente el alma. Veo que se acercan más almas, tengo miedo…

- Por favor, preocúpese por respirar pausadamente. -Trato de mirar en dirección de la otras almas, tienen hambre, son pobres espíritus sin sosiego, sin descanso, vagan entre nosotros esperando un mejor futuro.

- Por ahora necesito que se concentre en respirar de manera pausada. -Trato de decirle que me angustia ver sus almas vagando, buscando algo, no sé cómo ayudarles.

- No venimos a dañarla, somos como usted, somos el pueblo, hombres que nacimos en estas tierras, que venimos de combate, de luchar por liberarnos de un reino que lo único que hace es robarnos el dinero por medio de impuestos desproporcionados, secar nuestros pastizales y comerse nuestros animales para saciar su insaciable hambre, además de llevarse todo nuestro oro y nuestras riquezas. -Le miro con piedad, compasión, no saben que han muerto, pobres almas que vagan sin conocer que ya no son de los nuestros. Me santiguo y rezo por su descanso.

- Discúlpenos no estamos presentables para una dama, pero venimos de hacer un largo camino para llegar hasta Boyacá, donde pelearemos por nuestros derechos. -Me dice otra alma en pena.

- Por favor no se deje llevar por el pánico, no vamos a dañarla. -Ahora además de oírles, les veo más claramente. El hombre que me sostiene de los brazos, parece tener mi color de piel, estoy casi segura de que fue uno de los míos. Tiene una cara muy agradable, me apena no haberle conocido antes, a lo mejor…me da tanta pena su muerte que se me llenan los ojos de lágrimas.

- Pobres ánimas. -Eso hace reír a una de las almas.

- Vamos a respirar tranquilamente juntos, Inspire… Espire..- Hago lo que el hombre me dice, por lo que comienzo a tener control de mi respiración.

- Disculpe señorita, sé que estamos todos sin calzones, ni camisa, algunos conservamos los restos de nuestros viejos sacos -me dice otro hombre señalando sus compañeros - a algunos de nosotros solo nos cubre el guayuco (taparrabos) -Como es el caso de él. - pero aún así somos el ejército libertador, no hemos muerto, solo hemos perdido nuestras ropas, algo de sangre, algunos compañeros y bueno… aun nos quedan las ganas, los principios y el valor para luchar por… -Se oyen ruidos a lo lejos, pueden ser españoles, las almas, perdón, los hombres comienzan a correr hacia el pastizal.

- Necesito que se calme por favor, en unos minutos no podré seguir ayudándole, por favor recupere la calma … y si es posible que no nos delate. -Yo le tomo las manos con las mías, tratando de retenerle.

- Mi presencia podría hacerle más daño que ayuda, lo siento pero debo dejarla así, aunque mi comandante Santander diga que No hay hombre ninguno necesario, y todos somos más o menos útiles según determinadas circunstancias; en este momento todos somos necesarios, por eso tengo que dejarla, por favor, -me pide de forma delicada, tratando de retirar mis manos de las suyas.

- Le prometo que cuando el ruido cese volveré a usted, pero ahora necesito que me deje ir. -Hago lo que me dice, le suelto las manos y retomo la calma, subo mi mirada que comienza a enfocarse, por lo que puedo ver el rostro del hombre que me ha estado ayudando mientras me sonríe, antes de retirarse, tiene los ojos de color avellana, rodeadas de miles de pestañas y los dientes más blancos que haya visto jamás. Se aleja con el resto de los hombres, quienes se ocultan de nuevo en los arbustos, esperando a que el ruido se detenga. A lo lejos veo la silueta de un caballista sobre su caballo y puedo reconocer al joven Fernando Santos, que ha llegado a casa, para almorzar con el resto de la familia. El ruido se detiene y yo sigo sentada donde me dejaron.

- ¿Se siente mejor? - Me pregunta el hombre que ha regresado a mi lado. Yo asiento en respuesta.

- ¿Puede hablar? -De nuevo yo asiento.

- Me alegra saber que está bien, me tenía preocupado.

- Perdón, no sé que me pasó, entonces ustedes son… -Le pregunto apenada, una vez he recuperado la calma.

- Somos soldados del ejército libertador, estamos en marcha hacia Boyacá, buscamos reagruparnos con el resto de las tropas. -Me contesta uno de los hombres, que hace parte del grupo que aún conserva su saco.

- Disculpen, he retrasado su partida con mi mareo.

- No se preocupe, espero que no sea la primera vez que le muevo el piso. -Me dice el hombre que me había auxiliado cuando comencé a sentirme mal. Algunos de sus compañeros se ríen con el comentario, mientras yo me sonrojo.

- Ya está El Negro José(3), haciendo de las suyas. -Dice un hombre que está detrás de nosotros.

- ¿Eres de los míos? -Le pregunto con curiosidad.

- No lo somos todos. -Me responde otro compañero, uno de ojos claros.

- Si necesitan ayuda…-El soldado me tapa con cuidado la boca.

- Somos muchos y no puedes hacer nada por todos nosotros.

- Pero necesitan ropa, comida, ¿cómo van seguir?…

- Como diría el difunto Galán, En el nombre de Dios, de mis mayores y de la libertad. ¡Ni un paso atrás, siempre adelante y lo que ha de ser que sea! -Me dice entre susurros. -Aunque no me conozcas, si me dices donde vives, prometo volver por ti.


P.D. el negro volvió por ella…

1 .(La primera revolución popular contra el gobierno español en Colombia, iniciada en el Socorro el 16 de marzo de 1781. El pueblo socorrano se levantó contra los altos gravámenes que exigía el gobierno colonial, en un acto de rebeldía provocado por Manuela Beltrán, una cigarrera, quien en un momento de valerosa cólera rompió el edicto de los impuestos)

2. Capitán de la revolución de los Comuneros de la Nueva Granada en 1781.

3. Cuenta la leyenda, que la mala suerte de el comandante del ejército español José María Barreiro en tierras americanas, quedó sellada la noche de la Batalla de Boyacá (independencia Nueva Granada), cuando un muchacho de 11 años que se encargaba de cuidar los dos caballos del Bolívar, Pedro Pascasio Martínez, acompañado de un soldado llamado Negro José, lo hizo prisionero después de negarse a ser sobornado por las monedas de oro de Barreiro.




Nickole Naihans L

Nickinaihaus

Nickole Naihaus L

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