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Regalos...


No puedo creer que ya hayan pasado cinco años desde que la pandemia nos obligó a encerrarnos en casa.


Reflexiono mientras estoy sentada en la mesa de un elegante restaurante, dentro de uno de los hoteles más prestigiosos de Shanghái. Hoy se celebrará una reunión importante de la empresa. Vendrán varios de mis amigos con sus parejas… aunque debo admitir que una de ellas no me simpatiza demasiado. Es una mujer competitiva y muy centrada en lo material, el tipo de persona que siempre parece estar compitiendo por quién tiene más, viste mejor o regala lo más caro.


Por cuestiones del clima, algunos no pudimos celebrar el Día de los Enamorados con nuestras parejas. En mi caso, aunque trabajamos en la misma empresa, las agendas no nos dieron tregua.


Y ahora que se acerca el White Day —esa fecha en la que, según la tradición asiática, los hombres devuelven con regalos los detalles que recibieron el 14 de febrero—, muchas mujeres, incluyéndome, estamos a la expectativa de lo que llegará.


Nuestros amigos empiezan a llegar poco a poco. Uno de los primeros en saludarme es un miembro de la junta directiva, quien me sorprende con un gesto tan inesperado como significativo: una pequeña figurita de uno de mis animes favoritos.

Muy pocos recuerdan que soy fanática de los mundos llenos de piratas, hechiceros y cazadores de demonios, así que ese detalle —por sencillo que parezca— me llega directo al corazón.


—¿Cómo pasaste el Día de los Enamorados? —le pregunto, mientras observo cómo el resto de los invitados, incluida Minji —la mujer materialista de la que les hablé— se acomoda en la mesa.

—Ha sido un poco caótico —responde el director Yichen—. Mi esposa está en Xi’an cuidando a su madre, así que tuvimos que celebrar por videollamada.

—No me digas... el mío también fue un desastre. La pasé sola en el apartamento —interviene Minji, lanzando la frase con cierto reproche, sin apartar la mirada de su marido.


Mientras tanto, llega mi pareja, Chen. Como no encontró un asiento a mi lado, se acerca con una sonrisa, me saluda con un abrazo y un beso, y deja a mi lado una mochilita discreta, pero con un lazo que delata que guarda algo especial.

No dice nada, solo me guiña un ojo antes de ir a ocupar su puesto unos lugares más allá. Pero yo ya estoy sonriendo.


Cuando nos sentamos, noto que a todas las mujeres les han dejado varios regalos.

Casi todos provienen de joyerías y tiendas de moda, con algo en común: puedes encontrarlos en cualquier duty free del aeropuerto. Lujosos, algunos incluso extravagantes. Todos muy costosos.

Y, sin embargo, hay algo que hace que a mis ojos pierdan un poco de valor. No sabría decir exactamente qué… pero para mí, nada se siente tan valioso como mi mochila roja.


Espero a que todos estén distraídos para abrir con disimulo la mochilita que Chen dejó a mi lado. En su interior, cuidadosamente envueltos, encuentro varios paquetes pequeños, todos distintos, como si cada uno escondiera una parte de mí que solo él supiera reconocer.


El primero en salir es un peluche. Al principio creo que es Gojo —el personaje más popular de Jujutsu Kaisen, un anime que combina acción, maldiciones y hechiceros—, pero al observarlo bien, noto su mirada tranquila, su boca cubierta y ese gesto tan suyo con los brazos cruzados.

No es Gojo. Es Inumaki.

Uno de esos personajes que no necesita gritar para dejar huella.

Y aunque no sea el más famoso, es uno de mis favoritos. No necesito explicaciones. Chen lo sabía..


Sigo buscando y, uno a uno, los regalos aparecen como si contaran su propia historia: un Tamagotchi edición especial inspirado en mundos mágicos, una figura imponente de Luffy en medio de un ataque, stickers pixelados de criaturas míticas y una pequeña caja con escritura japonesa que reconozco de inmediato. Todo me habla. Todo me representa.


Pero lo mejor llega al final. Mis dedos tocan algo suave, mullido y redondito. Lo saco con cuidado y no puedo evitar soltar una carcajada: una pequeña capibara de felpa, con una tortuguita montada en su lomo y una cinta verde atada al cuello.


Es adorable, tierna y absolutamente perfecta. La miro con ternura. No es costosa, ni exclusiva, ni firmada por ninguna marca de lujo. Pero es la única que me hizo reír de verdad.


—Por tu cara, pareces haber recibido un diamante de millones de yenes —comenta Yichen, con una sonrisa que no logro descifrar del todo.

—Para mí, lo es —respondo sin pensarlo, sin soltar la capibara que tengo entre las manos.

—Una lástima que tu regalo fuera el menos costoso —interrumpe Minji, con su tono característico—.Al parecer, Chen no gana tan bien como nuestras parejas… o tal vez no te valora en la misma medida.

—¿Disculpa? —le digo, molesta. Estoy acostumbrada a que Minji siempre encuentre la forma de hacerme sentir pequeña, pero que se atreva a humillar a Chen… eso es algo que no voy a permitirle.

—¿Es que no lo has visto? —dice, como si fuera obvio—. Mi pareja me regaló un pendiente de amatista con diamantes, de una boutique exclusiva. Mira ese tamaño.A Jun le dieron una cartera de diseñador, a Hao, una pulsera de oro.Podría seguir… pero bueno, a ti te dieron un montón de chucherías sin valor.

Sus palabras me atraviesan. Y no por mí. Sino porque sé que cada una de esas “chucherías” fue pensada, elegida y envuelta con una delicadeza que ninguna joya podría replicar. Y porque no es cierto. Nada de lo que recibí fue sin valor. Cada cosa tiene un pedacito de historia, de memoria… de amor.


Por un lado, veo que Yichen tiene intenciones de intervenir; por el otro, percibo la mirada de Chen, pidiéndome en silencio que lo deje pasar. Que sea discreta. Pero no puedo.

No puedo permitir que Yichen pelee una guerra que es mía. Y mucho menos puedo retirarme de un combate que, en el fondo, sé que es esencial dar. Esta no es solo una discusión, es una declaración. Un límite. Y como dice El arte de la guerra —o al menos, como yo lo entiendo—:un buen comandante sabe cuándo pelear, pero uno extraordinario sabe cuándo retirarse.

Y este...Este no es un momento para retirarse.


—No sabes cuánto agradezco que hayas compartido tu interpretación de nuestros regalos de White Day —le digo, sin alzar la voz, pero sin permitir que tiemble—.Me resulta esclarecedor. Y creo que a toda la mesa también. Es un reflejo bastante exacto de tu personalidad. Ahora dime… ¿te molestaría si yo hiciera lo mismo?

Minji sonríe, pero no hay ternura en su gesto. Solo condescendencia.

—Oh, no para nada —responde, como si se divirtiera—.Ilumíname con tu sabiduría.

—Yichen, si no me equivoco… ¿ustedes estuvieron en Tokio esta semana?

—Así es —responde, cordial, con una mirada que denota curiosidad. Intuye que voy hacia algún lugar, pero aún no sabe exactamente dónde.

—Y fue allí donde compraron los regalos, ¿verdad?

—Así es.

—Si no me equivoco, todo lo que había en esas bolsas lo compraron entre la tienda Tamagotchi del barrio de Shibuya y la tienda Bandai, que queda un poco más lejos.

—Bueno, eso no podría confirmártelo con certeza.

—Chen —digo, girando apenas el rostro hacia él.

—Tú lo sabes mejor que nadie —responde, sonriendo—, son tus tiendas favoritas.

—Y si no mal recuerdo, Chen es uno de los funcionarios mejor remunerados de tu planta, ¿verdad?

—Es uno de los más eficientes.

—Entonces, su hora es una de las más costosas.

—Muy cerca de la tuya —añade Yichen, riendo.

—¿Y cuánto tardaste en comprar lo que hay en esta bolsa?

—Eso sí puedo contestarlo —dice Yichen, enderezándose un poco—.Para poder ir de compras, se disculpó con ustedes por no asistir a la salida de integración del último día.

—Ahora, con el respeto de todas —digo, mirando a la mesa, pero sin dejar que se me quiebre la voz—, en especial de aquellas que no comenzaron atacándome, pero que permitieron que se me atacara… debo decir algo sobre sus regalos. Hago una pausa. Nadie se mueve.

—Cuando los vi, hubo algo que me hizo no sentirlos valiosos. No podía identificar qué era... hasta ahora.

—¿Disculpa? —interviene Minji, alzando una ceja—.¿Que no son valiosos? Si todos cuestan una fortuna.

—Así es —respondo—.Pero estoy un 99,9% segura de que todos fueron comprados en el aeropuerto de Tokio… justo antes de abordar el vuelo de regreso.

Todos en la mesa se quedan en silencio. Nadie dice una palabra. Los hombres se miran entre ellos, incómodos. Algunos bajan la vista. Minji permanece erguida, pero sus labios han dejado de sonreír.

—Veo que lo han entendido. Como bien sabemos, todos —lastimosamente— tenemos una fecha de caducidad. Y por eso, lo más valioso que tenemos no es el oro, ni las piedras preciosas…es el tiempo. Eso fue justamente lo que me regaló mi pareja: su tiempo. Chen dedicó sus horas libres a recorrer tiendas, a pensar en mí, a buscar cosas que sabía que me harían sonreír. A diferencia de los otros hombres sentados en esta mesa, que esperaron hasta el último minuto…y compraron lo primero que encontraron en las tiendas del aeropuerto.

—¿Cómo puedes decir una descortesía de ese tamaño? —pregunta Minji, ahora visiblemente molesta.

—Porque es cierto —respondo, mientras abro mi celular—.Esta joya —señalo su pendiente— proviene de una tienda que solo tiene presencia en aeropuertos.Mira —añado, mostrándole la pantalla—: “Encuéntranos en el aeropuerto de tu ciudad”.

Al ver el letrero en la web, su rostro cambia. Y yo aprovecho para terminar lo que empecé.

—Así que, como puedes ver, mi pareja sí sabe cómo manifestar su amor por mí.

—Lo sé hacer —dice Chen, sin desviar la mirada de la mía—, porque los hechos son amores... no buenas razones.

Nos miramos. Y por un instante, en medio de la mesa silenciosa, solo estamos él y yo. Él… y los detalles que lo dijeron todo sin necesidad de gritar.

—Feliz White Day a todos —dice Yichen finalmente, rompiendo el silencio con una sonrisa amable—.A quienes recibimos amor de nuestras parejas… y a quienes recibimos verdades de nuestros colegas.

Acto seguido, se pone de pie y le cede su silla a Chen, quien, sin pensarlo dos veces, se sienta a mi lado. Aprovecho la oportunidad para abrazarlo con todo mi corazón, sin pudor, con esa emoción que solo se siente cuando el amor no necesita probarse. Cuando simplemente… se sabe.

—Feliz White Day, mi blanca damisela por siempre —me susurra Chen.



Fin

Nickinaihaus

Nickole Naihaus

Nickole Naihans

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P.D. Quiero aclarar que es una historia de ficción producto de la creatividad mía, no pretende otra cosa que entretener al lector.




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