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Una mujer valiente...


Luego de un largo día en donde tuve que caminar por incontables horas hasta mi hogar, en medio de la lluvia y el mal clima, puedo decir que por fin he llegado a casa. Todo comenzó hace ya varios años en 1810, luego del show que hizo el famoso Llorente por el florero de su esposa (1), rabieta que utilice para ayudar a organizar una revuelta que jamás se había visto en nuestro país. Pasaron muchas cosas desde ese día, incluso por un momento pensamos que habíamos alcanzado la libertad, pero al parecer no estábamos listos para respetarla y honrarla.


Luego de la revolución y de un tiempo como un país independiente, llegó el General español Morillo y retomó el control de nuestro país en favor de la corona y desde ese momento me he encargado en compañía de mis amigas Andrea Ricaurte y Policarpa Salavarrieta, de organizar un movimiento que conspira en contra de los españoles con el fin de lograr la independiencia. Algo que sea ha vuelto cada vez más peligroso, porque los españoles son desconfiados, sangrientos y despiadados con nosotros los revolucionarios, su idea de control se ha salido de cualquier proporción y si no nos desangran literalmente, lo hacen a través de sus impuestos.


- ¿Señora bonita ya llega usted a casa? -Interrumpe uno de mis vecinos mis pensamientos. Y es que toda mi vida he sido reconocida por mi belleza, un logro del que debo decir que no tengo participación alguna, pues han sido mis padres los encargados de esa proeza gracias a sus genes.

- Buenas noches donde Ignacio, de hecho ha sido un día muy largo. -Le respondo con cortesía mientras me acerco al portón de mi casa.

- ¿No lo son todos?. Desde que los españoles regresaron al país es como si las horas se hubieran multiplicado y el trabajo ya no nos diera recompensa. -Dice con resignación.

- Tiene usted toda la razón. -Le digo, sin saber qué más agregar.

- Menos mal es usted una mujer hermosa que no tiene que preocuparse mucho por estas cosas. -Agrega a manera de halago, pero la verdad es que sus palabras me ofenden y resienten, porque comprueban lo que mi madre me dijo cuando era muy pequeña "la belleza no siempre es una bendición, en muchos casos es un castigo" y es que ese castigo ha sido el menosprecio de mi intelecto y de mis habilidades haciendo de mi sólo "una mujer hermosa".


He puesto mi vida en peligro en más de una ocasión, he hecho de mi casa el hogar de la revolución y he organizado con mis amigas un sistema de trabajo para obtener de las esposas de los españoles y de sus criadas, la mayor cantidad de información que le pueda ser útil a mis compañeros de lucha. No sólo he apoyado a mi marido en su trabajo de Sargento y he cuidado a mis hijos, sino que hice de la revolución mi causa.


Como sé que esto es una batalla perdida y que no tiene mucho sentido discutir su punto de vista, me limito a agradecer lo que a él le debió parecer un halago:

- Es usted muy amable. -Me veo interrumpida por un estornudo inoportuno.

- Parece que se ha resfriado usted, señorita Carmen Rodríguez de Gaitán. -Me dice el vecino.

- Espero que no sea así. -Le digo acercándome a la puerta.

- Ojalá en su casa tenga quien la atienda. Pero que digo, una mujer como usted siempre debe tener quien la admire. -Y aunque no se equivoca, lo que esos hombres admiran es mi belleza, incluso ahora que soy una señora casada, algunos ignoran ese hecho y tratan con halagos de hacerme su amante, porque todos quieren poseer mi belleza no conocerme.

- No por nada es usted la mujer hermosa de la causa. ¡Cómo olvidar todo lo que hizo cuando lo del florero? y ahora con sus amigas. -Cuando habla de lo que estamos haciendo ahora entro en pánico, porque conozco el carácter chismoso del hombre y me aterra que pueda conocer nuestra misión y nuestro aporte a la creciente campaña libertadora.

- ¿Ahora? -Le pregunto de manera curiosa, tratando de no develar el grado de pavor que me da pensar en lo que sabe.

- Alentando a las mujeres a valerse por si mismas, como con la señorita Salavarrieta a la que motivó a que hiciera de costurera de las españolas, me alegra saber que además de linda sabe usted el lugar de la mujer. -Su palabras me dan un poco de tranquilidad, porque al parecer ignora la razón por la cual Policarpa hace los trabajos. La verdad es que ella se ha prestado de costurera para enterarse de lo que pasa con los esposos de esas mujeres, ¡qué hacen?, ¡cuáles son sus próximas acciones? y cualquier información que pueda ayudar al ejército de liberación de Simón Bolivar.

- Le agradezco sus halagos. -Le digo con el fin de dar por termianda la conversación.

- Pero si mi admiración es parte de un amplio grupo de hombres que admiran su belleza, así que estoy seguro de que halagos no le hacen falta. -Como no deseo continuar con la conversación, porque además de que me parece aburrida e insultante, ahora comienzo a sentirme mal le digo:

- Tiene usted razón, ahora si me permite. -Y procedo a abrir la puerta de mi casa.

- Claro, que descanse y se recupere. -Me dice comenzando a avanzar hacia su casa.


Una vez en casa, me hago un agua caliente con panela y limón, mientras comienzo a arreglarme para dormir. Pasa el tiempo y mientras duermo una toalla fría refresca mi cara y puedo ver al hombre que vio más allá de mi belleza física.

- Hola esposo mio. -Lo saludo.

- ¿Cómo sabías que era yo?, podría haber sido una criada o uno de nuestros hijos. -Me pregunta.

- Porque cuando no soy la mujer hermosa de la revolución, cuando el glamour y la valentía desaparecen y sólo quedo yo Carmen Rodríguez de Gaitán, estás tú Luis Antonio Gaitán, para apoyarme, amarme y respetarme. -Y como el día de nuestro matrimonio Luis cierra su promesa con un tierno beso.


Fin.


Nickinaihaus

Nickole Naihaus

Nickole Naihans


P.D. Quiero aclarar que es una historia de ficción producto de la creatividad mía, no pretende otracosaqueentretener al lector. Aunque si está basada en hechos históricos de la vida de Carmen Rodríguez de Gaitán.










(1) En este párrafo estoy haciendo referencia a mi cuento: https://www.nickinaihaus.com/post/florero

(2) foto Florero de Llorente o lo que quedó de él.


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